Querida Elisabet adolescente:
Se puede. Aunque parezca imposible, algunos sueños se pueden alcanzar con trabajo duro, constancia y suerte. No subestimes la suerte, pero tampoco creas eso de la visita de las musas. Vas a currar muchísimo, pero tendrás la ventaja de que lo que haces te va a gustar tanto que… sarna a gusto no pica.
Querida Elisabet, perdona el melodrama, pero vas a conseguirlo y no tendrá nada que ver con la cantidad de ejemplares que vendas o los países en los que se publiquen tus libros, porque a lo que me refiero es a qué vas a conseguir mirarte en el espejo y ver algo más que una mujer con un cuerpo no normativo que intenta encajar. Vas a estar orgullosa de ti misma y eso… eso querida, no tiene precio, porque sabes cuánto te cuesta no juzgarte mal a ti misma. Y… ¿sabes lo que más orgullosa te hará sentir? La cantidad de gente que se sentirá feliz por ti cada vez que alcances un sueño. Tu gran familia, de nacimiento y escogida. Ese, pequeña, es el verdadero éxito.
Gracias a tod@s por vuestras felicitaciones. Puede parecer una tontería, pero esto me ha hecho mucha mucha mucha mucha ilusión. Gracias infinitas.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Mis últimas fotos con el pelo verde. Últimos días en París. Paseos, Jules Verne, tiendas, suelos y un codo roto.
Vuelta a Madrid y la paz del hogar que se intensifica un domingo por la tarde.
Fui un país en ruinas. Fui un lugar inhabitable incluso para mí. Así que me fabriqué un pasaporte con el que hacer que el tiempo y el espacio se convirtieran en el mismo borrón que dibujan los postes de teléfono cuando viajas en tren.
Pero mi país era pequeño y me recorrí entera antes de lo esperado, así que me senté en el andén a esperar que llegase ayuda desde las fronteras. Y lo que vi no me gustó, ni hacia fuera ni hacia dentro.
Y me cansé.
Armada con más voluntad que fuerza puse en orden los destrozos, barrí las calles, encendí el alumbrado, coloqué de nuevo el cristal en todas las ventanas que estallaron en mí y, con el trabajo terminado, me senté, crucé las piernas y con un suspiro pensé: ahora sí.
Pero ahora no. Porque llegaste tú. Y de pronto el cielo no estaba donde yo lo había colocado, el mes de septiembre duró 203 días y un suspiro (todo a la vez) y cuando quise darme cuenta ya no fumaba y me preocupaba la vida sana. Llegaste tú, y ahora en el país que soy suena música a todas horas y no sé dónde están los altavoces, porque me tiembla el pecho. ¿O es que volvió a latir?
Llegaste tú, y llegaron los besos con el paraguas y los ojos cerrados, sin importar la lluvia, los cepillos del pelo y de dientes, el pijama, el cajón vacío, la muda, tus libros, los míos y las series que no puedo ver si no estás conmigo. Y perdí el reloj. Ahora ya no sé por qué parece que ha pasado un siglo desde que fui ruina ni por qué todo ha pasado tan rápido.
Como los miedos, que también llegaron contigo, pero no de tu mano. Esos los puse yo. Miedo a que te vayas. A estropearlo. A que se muera solo. A que estemos locos de maneras diferentes.
Y ya no habrá paz para este país pequeño que se pasa los días en fiesta, temiendo ese momento del domingo en que se cierra la puerta y vuelve el silencio. Ese momento, condensado, pequeño pero denso, antes de que mi vida retome el ritmo, cuando solo te echo de menos.
Ahora, tumbada en el sofá con un libro en el regazo estoy triste porque es domingo, pero sonrío. Sonrío porque me ha dado por pensar que siempre fui un país caótico y pequeño, pero nunca nadie me hizo tantas fotos.
Fui un país en ruinas. Fui un lugar inhabitable incluso para mí. Así que me fabriqué un pasaporte con el que hacer que el tiempo y el espacio se convirtieran en el mismo borrón que dibujan los postes de teléfono cuando viajas en tren.
Pero mi país era pequeño y me recorrí entera antes de lo esperado, así que me senté en el andén a esperar que llegase ayuda desde las fronteras. Y lo que vi no me gustó, ni hacia fuera ni hacia dentro.
Y me cansé.
Armada con más voluntad que fuerza puse en orden los destrozos, barrí las calles, encendí el alumbrado, coloqué de nuevo el cristal en todas las ventanas que estallaron en mí y, con el trabajo terminado, me senté, crucé las piernas y con un suspiro pensé: ahora sí.
Pero ahora no. Porque llegaste tú. Y de pronto el cielo no estaba donde yo lo había colocado, el mes de septiembre duró 203 días y un suspiro (todo a la vez) y cuando quise darme cuenta ya no fumaba y me preocupaba la vida sana. Llegaste tú, y ahora en el país que soy suena música a todas horas y no sé dónde están los altavoces, porque me tiembla el pecho. ¿O es que volvió a latir?
Llegaste tú, y llegaron los besos con el paraguas y los ojos cerrados, sin importar la lluvia, los cepillos del pelo y de dientes, el pijama, el cajón vacío, la muda, tus libros, los míos y las series que no puedo ver si no estás conmigo. Y perdí el reloj. Ahora ya no sé por qué parece que ha pasado un siglo desde que fui ruina ni por qué todo ha pasado tan rápido.
Como los miedos, que también llegaron contigo, pero no de tu mano. Esos los puse yo. Miedo a que te vayas. A estropearlo. A que se muera solo. A que estemos locos de maneras diferentes.
Y ya no habrá paz para este país pequeño que se pasa los días en fiesta, temiendo ese momento del domingo en que se cierra la puerta y vuelve el silencio. Ese momento, condensado, pequeño pero denso, antes de que mi vida retome el ritmo, cuando solo te echo de menos.
Ahora, tumbada en el sofá con un libro en el regazo estoy triste porque es domingo, pero sonrío. Sonrío porque me ha dado por pensar que siempre fui un país caótico y pequeño, pero nunca nadie me hizo tantas fotos.
A veces sufro latigazos de una incapacitante inseguridad. Me siento obsesiva, paralizada, inválida. No sé de dónde viene este terrible miedo al abandono, pero lo cierto es que está aquí, conmigo, esperando agazapado a que algo me importe lo suficiente como para susurrar en mi oído que voy a perderlo. A alguien, algo que conseguí con mucho esfuerzo, a mí misma. No tiene sentido darle la espalda porque vive en mí y, en cierta manera, ese miedo también soy yo.
No busco culpables para esa palpable falla en mis placas tectónicas, pero supongo que contribuyeron los malos amores… o más bien, creer que lo que decían tenía que ser cierto, aunque no me reconociera en sus palabras.
“Eres inconstante; nunca terminas lo que empiezas”, “solo hay que tener un poco de fuerza de voluntad”, “es tu culpa, que no paras”, “¿por qué no puedes simplemente contentarte con lo que te doy?” “debería sentir más por ti”, “mejor seamos amigos”… yo era siempre insuficiente.
Ya, ya sé; no deberíamos escuchar cómo el otro juzga sus debilidades a través de nosotros, pero…
… pero…
En cierta forma estoy rotísima, en cierto modo soy una mujer irrompible, y en esa dualidad, justo en la grieta que separa a esas dos mujeres que soy, escondo un nido, una guarida, un hogar.
Es aterrador abrir tus costillas, separar vísceras con los dedos, señalar el corazón y decirle a otro “ahí”, pero es la única manera que conozco de compartir lo compartible, de dar sentido a esas cosas de uno que siempre quiso que fueran de dos, sin perderse, sin anularse, sin fundirse en el otro.
Así que… aquí está, por si lo lees: tengo miedo. A ratos mucho. En ocasiones ni un ápice. Temo estropearlo, ser lo que me dijeron que era, romperme ahora que estaba tan erguida, perderte, no encontrarme, dolernos, que no sea, tener miedo al miedo.
Perdóname este “no eres tú, soy yo”, pero es que no eres tú, soy yo, que tengo que asumir que has entrado ahí donde las cosas importan y temo perderte.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
AUTOCUIDADO
– Organizarte para poder dormir 20 minutos de siesta. Dormir es un placer bueno, bonito y barato.
– Compartir tiempo con quien te quiere y te hace bien; a quien quieras y hagas bien. Esto incluye a gatos y perros.
– Regalarse flores a una misma. Y quien dice flores dice una maceta con tomillo fresco o un manojo de eucalipto.
– Ponerse una mascarilla, buena música y leer. Me encantan los parches para debajo de los ojos. Es como si me quitasen cansancio acumulado.
– Cocinar algo bonito, rico y sano. Si yo he podido hacer ratatouille, cualquiera puede.
– Bailar y cantar en la cocina; da igual que sea Concha Piquer que Natos y Waor. Tú exprésate.
– Pasar tiempo a solas. A veces eres la mejor compañía.
– Saber decir “no” sin sentimiento de culpa. No puedo. No me siento bien. No me apetece. No quiero. No sé.
– Aprender a gestionar bien el tiempo para ser más productivo… pero saber perderlo con placer y sin remordimientos. Porque eso es vida.
– Hacer planes para cumplir deseos y sueños. Los míos casi siempre tienen que ver con París.
– Rodearse de cosas bonitas, que nos hacen sonreír, la vida más sencilla, colorida, amable y agradable. Velitas, platitos, bolas de nieve, juguetes varios.
– Vestirse, maquillarse, ponerse mona si a una le apetece, aunque sea para ir a comprar. Cualquier día es especial si te da la santa gana.
– Darse una ducha larga… pero no demasiado, que hay sequía.
– Activar el ocio sano, aquel que te hace aprender, sentirte bien y parte de algo, comprendida. Permitirte emocionarte con cualquier representación artística si es lo que te nace. ¿Por qué estamos empeñados en silenciar las emociones?
– Ir a terapia. Siempre y como mejor cuidado. Ir a terapia para poder hablar, para poder decir con la misma libertad “creo que no estoy bien” o “me encuentro genial”.
Carrusel de fotos de una semana cualquiera.
Me gusta la facilidad con la que todo es fácil a tu lado. Me gusta la sencillez con la que haces sencillo lo que otras veces pareció complicado. Me gusta la serendipia de nuestro encuentro, que parece repetirse en ondas concéntricas, en círculos de suerte y coincidencias, porque es posible creer aún en la magia.
Me gusta la carga electromagnética de tu piel contra mi piel cuando nos abrazamos y que hayamos encontrado una postura ergonómica en la que hablar muy cerca. Me gusta cómo me das los buenos días, con el protocolo de sonrisa y besos, y cómo odiamos la vida adulta cuando hay que deshacer el lazo de brazos y piernas para ir a trabajar.
Me gustan las velas de tu terraza, el sonido de tus guitarras, el chasquido de tus dedos cuando intentas mostrarme que el compás de esa canción que nos encanta es fuera de lo común. Me gusta tu gata, tus cafés, tus gafas, tu olor, esa camisa azul, tu barba, el crujido de tu dedo pulgar, los besos que me das, la pasión con la que hablas de lo que te apasiona, descubrir que aún tenemos más cosas en común, los fines de semana a tu lado y lo cerca que estamos de fundirnos en un silencio cómodo y apacible. Tú con tu música, yo con mis letras, nosotros a lo nuestro.
“Me gustas infinito 1”, me dijiste ayer. Y a mí me gusta el infinito que dibujan nuestros ochos, los planes, soñar en voz alta (que está permitido aunque después esos sueños zarpen a destinos desconocidos), echarnos de menos, poder hablar de las heridas y los miedos, prometernos un espacio seguro, poder seguir siendo un tú y un yo, con sus cosas, a pesar de querer un nosotros.
Hay mucho dentro de un “me gustas”, pero como a menudo da vergüenza verbalizarlo, he pensado que hoy mejor lo dejo por escrito.
Desde que soy adolescente, el concepto de la elegancia ha ocupado espacio entre mis reflexiones. Siempre he querido ser elegante, pero he sentido que la posibilidad de serlo se me escapaba de entre los dedos.
Viendo fotos de mis 20 nadie diría que le daba vueltas a este tema. Sé que las modas vistas desde el futuro horrorizan, pero yo iba un paso más allá. Ahora veo claro que intentaba encontrar un estilo que hablase de mí, que me hiciera sentir parte de algo; en el presente soy de las que prefieren que lo que comunique de mí sea el recuerdo que dejo y las cosas que hago. Decir podemos decir mucho; ejecutar es lo importante.
De unos años hacia acá, el concepto de elegancia ha ido evolucionando para mí tal y como lo ha hecho el significado de la palabra belleza. Antes pensaba que ambos términos estaban unidos a la delgadez, pero ya me liberé de esa cárcel. Nunca he sido y nunca seré una mujer delgada y esto antes me frustraba… he empezado a abrazar quién soy sin la aspiración de ser otra cosa diferente y eso, quizá, me parece un gesto elegante para con mi adolescente interior.
Más allá del “menos es más”, de la sorda elegancia de un vaquero recto, una camiseta blanca y un blazer negro, del estilo sin estridencias, del rojo de labios, del fondo de armario y los salones de tacón… más allá existe un cosmos completo plagado de distinción.
La elegancia de saber marcharse cuando toca, de un abrazo, de la dedicatoria en un libro y de escoger el sitio adecuado para cada cosa.
La elegancia de un olor característico que no grite, de sonreír y dar las gracias, de saber cuándo no llamar la atención y agachar la cabeza.
La elegancia de la honestidad educada, del caminar de un gato sobre el parqué, de desandar unos pasos para repetir un beso de despedida en el rellano.
La elegancia de dejar ir, de dejarse querer, de querer bonito, de comprar flores, de hablar de lo que se siente, de desear lo mejor a aquellos que nos hicieron el peor de los daños… pero lejos.
Cecil Beaton dijo que la elegancia era “agua y jabón” (y @martariezu escribió un magnífico libro alrededor de este concepto, por cierto) y yo estoy bastante de acuerdo con que lo más elegante suele ser lo más sencillo.
VUELTA A LA TERNURA
Te dices a ti misma que el cariño es como montar en bicicleta, y te lo dices con alivio, después de creer que ya no sabías, que no te salía, que ya no era para ti. Que sí, pero no de ese tipo.
Es lo malo de tomar ciertos caminos, escuchar a ciertas personas, perder cierto tiempo: dejas de creer en aquello que no ves.
Te observas, por primera vez en mucho tiempo, con bonanza. Es curioso cómo sentirse arropada puede desempañar el espejo. Y te acurrucas, y dices tonterías, y te ríes, y haces planes, y besas, y retozas, y desordenas las palabras, las sábanas, el fin de semana, el pelo y un poco la vida. Pero no importa, porque entiendes que las palabras son importantes, que quieres cumplir con cada plan, que no hay prisa pero sí ganas, que “vaya lío”, pero no tanto porque ya no te puedes frenar. Ni quieres. Aunque despacio.
Despacio porque es el tempo de las cosas bien hechas, porque despacio no significa estar parado. Despacio solo es un ritmo compartido, el consenso, el continente que envuelve un contenido del que se puede hablar. Porque despacio es eso, sobre todo eso: poder hablar.
Y vuelve la ternura. Y vuelve abrazar. Y vuelve, vuelve, vuelve… y, cariño, no te vayas, quédate cinco minutos más.